Albert Rudé fue presentado en la Liga, por su amigo Agustín Lleida, como el técnico que revolucionaría el fútbol del equipo y con nada y hasta el del país.
Lo presentaron como un profesional estudioso --eso no lo niego-- y con experiencia envidiable --esto sí--, incluso para entrenadores nacionales que han sido campeones y hasta mundialistas.
En las primeras conferencias de prensa, Albert demostró tener labia, pues enamoró a muchos manudos con sus teorías, pero en la práctica sus ideas parecen eternas promesas que nunca llegarán (algo así como la Liga del futuro).
Rudé quiere implementar un fútbol moderno en Alajuelense, pero el equipo más bien practica uno “Rudé-mentario”.
El León parece amarrado con una camisa de fuerza. Los jugadores se ven rígidos, como obligados a jugar un sistema muy cuadrado en el que se toca la bola aunque no pase nada. ¡Lo importante es tenerla, para nada, pero tenerla!
No hay profundidad, no hay ideas, nadie se sale del molde, nadie arriesga, a tal punto que una vez que se llega a la cintura del campo, si el rival no deja espacios --que es lo lógico que pasará-- el equipo se devuelve hasta el portero y va de nuevo, como si nada lo atrasara.
Así se vuelve el fútbol lento, horrible, aburrido. Ver partidos de la Liga dan ganas de dormir. No hay espíritu, ni garra, todo se basa en una teoría que solo funciona en la cabeza del técnico aprendiz.
Por si fuera poco, el equipo solo intenta jugar por las bandas, con los extremos que pidió Rudé para reforzar el plantel y por eso se volvió predecible, basta con que le tapen bien la banda para que vea usted a los jugadores jugando para atrás, porque les descubrieron el plan y no hay otra alternativa.
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Para cerrar con broche de oro, ahora se volvió un equipo emocional, pues solo se pellizca cuando va abajo en el marcador, pero esa táctica no es para nada confiable, pues le salió contra Cartago, pero contra Pérez Zeledón, y Sporting no le alcanzó.
Alajuelense, con las condiciones que tiene, no está para improvisar así.