El Novelón

Huella del dedo del centro delató a asesino de dentista

El crimen ocurrió el domingo 4 de julio de 1982 en la urbanización Geroma, en Rohrmoser de Pavas

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El dedo del centro, ese que muchos usan para hacer vulgares señales, sirvió para delatar a un asesino y mandarlo diez años a la cárcel por el homicidio de un dentista estadounidense.

La huella de ese dedo, de la mano izquierda del asesino, quedó estampada en una silla y resultó ser del guatemalteco Carlos Morales Castillo. De esa forma se resolvió uno de los casos más sonados de los años ochenta.

El crimen ocurrió el domingo 4 de julio de 1982 en la urbanización Geroma, en Rohrmoser de Pavas.

Edward Jess Harsh, de 57 años, era un dentista pensionado, empresario, que vino al país con su familia a vivir y compraron una lujosa casa en esa comunidad. Jess vivía con su esposa y su hijo de 19 años, eran oriundos de Reno Nevada, en California, allá tenía otros hijos.

Este es uno de los homicidios que le tocó resolver al criminólogo Gerardo Castaing cuando breteaba en el OIJ.

“La víctima era un dentista, que no tenía problemas de ningún tipo, más bien en aquel momento fue víctima de la delincuencia”, recordó el experto, quien ingresó al OIJ en 1976.

Ese 4 de julio, Jess fue invitado a la Embajada de Estados Unidos que estaba ubicada en San Rafael de Escazú, donde organizaron un fiestón para celebrar el día de la independencia de ese país.

“Los hombres llegaron a la casa y se metieron usando un destornillador con el que forzaron la puerta principal de la vivienda, recuerdo que hasta nos llevamos un pedazo de madera para analizarlo en la oficina”, dijo Castaing.

Los vecinos del extranjero desde la tarde estuvieron viendo un carro Pontiac blanco con placas guatemaltecas, en la que iban dos hombres muy sospechosos y que daban vueltas, al ratico lo observaron estacionado afuera de la casa del dentista.

Los delincuentes se metieron a robar a la vivienda, eran las 6 de la tarde y caminaban como Pedro por su casa. La fiesta en la embajada terminó a las 8 p.m., Jess andaba solo porque su esposa estaba en una propiedad que tenían en Turrialba y su hijo, que estudiaba Ingeniería, había salido con unos amigos.

Huella en silla. Cuando el dentista llegó a la casa fue recibido por los asaltantes, uno de ellos le disparó en el pecho e hizo al norteamericano caer gravemente herido a la par de la puerta de la entrada, en el recibidor. Los asesinos escaparon por el patio, usaron una silla para poder brincar la tapia y corrieron al Pontiac sin ser vistos.

El hijo de Jess, quien también se llama Edward, encontró el cuerpo de su papá tendido cuando llegó a la casa.

Él avisó a las autoridades, pidió ayuda a sus vecinos, pero cuando la Cruz Roja lo atendió ya no había nada que hacer.

Como dato curioso, el día del crimen hubo un gran apagón en la Gran Área Metropolitana.

Castaing detalla que cuando les avisaron él se fue con otro compañero para empezar con las investigaciones. Entre las evidencias que encontraron estaba una silla que tenía una huella en el respaldar, ellos tomaron esa huella para analizarla.

Sin embargo, en aquellos tiempos no era cómo ahora que las autoridades con ayuda de la tecnología pueden en segundos identificar a la persona.

La familia de Edward estaba desesperada, quería que la justicia determinará quiénes fueron los asesinos y ocho días después del crimen, visitaron los medios de comunicación de aquella época, entre ellos La Nación, para anunciar que estaban dispuestos a pagar una recompensa de ¢50.000 a quien les diera una pista certera. Ese monto de dinero equivale en la actualidad a ¢4,1 millones.

Sin embargo, la recompensa nunca fue cobrada.

Cayó por drogas

Apenas 8 días después del crimen, el 12 de julio, Carlos Morales Castillo fue detenido por venderle cocaína a un agente encubierto del OIJ. Los investigadores habían montado un operativo en que lo citaron para comprarle tres gramos de coca en un bar capitalino.

El agente se hizo pasar por un cliente, Morales le dio la bolsita y el oficial le pagó ¢250 con dinero marcado, segundos después de que el sospechoso hizo la entrega lo agarraron.

Morales fue llevado a la cárcel donde lo ficharon, pero a los días salió libre mientras esperaba por el juicio.

Al guatemalteco ya lo tenían vigilado por tráfico de drogas, pero para entonces no lo relacionaron con el asesinato del dentista.

Castaing asegura que ellos trataban de dar con cualquier pista que los llevara a los sospechosos y paralelamente el guatemalteco seguía haciendo loco. Cometió otro delito en un local en la esquina suroeste del parque Central de San José, a los 125 metros al sur quedaba el hoy desaparecido cine Moderno, y en ese sitio también dejó huellas.

“Me parece que en ese lugar se metió a robar y por eso investigamos ese caso”, dijo el experto.

Para ese momento los agentes tenían dos huellas de distintas escenas, pero el asunto para compararlas era lento. El criminólogo nos explicó cómo se manejaban las detenciones en esa época.

“Se mandaba a la cárcel, ahí había unos funcionarios del archivo criminal, en ese archivo se iban incorporando las huellas, siempre el OIJ mandaba a funcionarios para que reseñaran a los delincuentes, se hacían unas boletas o fichas de cada uno y depende de la clasificación se archivaba”, explicó Castaing.

El exagente asegura que si ellos mandaban alguna huella duraban bastante en compararlas, pues tenían que buscar en todas las fichas del archivo, ese era un trabajo que se hacía manual, como diríamos hoy, a pie, y era muy tedioso.

“En este caso se comparó la huella que había en el archivo con las otras dos y era el mismo sujeto”, recordó.

Castaing asegura que con los resultados de la comparación de la huella poco tiempo después capturaron al chapín.

“Logramos arrestarlo cerca del hotel Europa antes por ahí había una gasolinera, ahora queda un parqueo”, mencionó.

Las autoridades llevaron a Morales a juicio por homicidio calificado y por tenencia de droga con fines de venta.

El juicio se realizó en el Tribunal Supremo Primero Penal, lo sentaron en el banquillo el 26 de octubre de 1983, y lo acompañó un costarricense de apellidos Mena Facio, quien era su cómplice en el caso de drogas.

Salió premiado

Ese mismo día, a las 6 p.m., el juez Jesús Jiménez dictó la sentencia de diez años de prisión por homicidio y siete años por drogas.

“En el debate se demostró que el guatemalteco en compañía de otro individuo no identificado, se introdujo violentando las puertas en la casa del norteamericano. Dentro de la vivienda de Jess, uno de los dos le disparó un balazo en el pecho, lo que le produjo la muerte. Luego los dos decidieron darse a la fuga por el patio de la casa”, detalló el juez en la sentencia.

“Los sospechosos utilizaron para escapar una silla que se encontró en el patio y en la que después fue recolectada una huella que coincidió en 15 puntos papilares con el dígito medio izquierdo del imputado Morales Castillo”, agrega la sentencia.

En el debate Morales aseguró al juez que él sí estuvo en la casa de Jess el día del homicidio, pero aseguró que su intención era vender el Pontiac, pero el informe que realizó el OIJ detalló que el gringo estuvo disfrutando de la fiesta en la embajada durante toda la tarde de ese día.

En otra declaración aseguró que un amigo fue quien le disparó a Jess y que no sabía la razón. La pena del chapín no fue más alta porque las autoridades no tuvieron certeza de que él fuera quien disparó, pues el cómplice nunca apareció.

“No se pudo demostrar plenamente que el móvil fue el robo y para facilitar consumar el homicidio, se favoreció al reo, clasificándose el hecho como homicidio simple”, detalla la sentencia.

El cuerpo del norteamericano fue sepultado en California. Mientras que el guatemalteco cumplió con la pena y al salir de la cárcel jaló a su país.

“Ese fue uno de los primeros casos que se logró una condena por una comparación de huellas dactilares, con ese tipo de comparación que era tan tediosa y manual”, dijo Castaing.

Según los medios de comunicación de Reno, Nevada, Jess se pensionó en 1970, allá era dueño de varios moteles y tenía tres ranchos de ganado aquí en Costa Rica.

“Fue miembro del Club de Leones, además de la Asociación Dental del Estado de Nevada, fue capitán en el ejército durante el conflicto coreano”, detalla una de las publicaciones de Reno Gazette Journal.

La Teja intentó conversar con uno de los hijos de Edward, quien vive en Estados Unidos, pero no recibimos respuesta.

Barrio con miedo

Carlos Fernández, quien heredó una casa en la comunidad donde ocurrió el asesinato, conoce pinceladas de la historia, pues su papá, del mismo nombre, y su abuelo vivían en Geroma cuando ocurrieron los hechos.

“Mi abuelo, sobre todo, me contó que en ese tiempo no había tantas casas, mi abuelo conoció al señor Edward, pero era como una relación de vecinos que se saludan de lejos y ya”, recordó el hombre de 48 años.

Fernández asegura que según lo relatado por su familia, el estadounidense era un señor bastante amable, con mucho dinero y que tenía el anhelo de vivir en el país por algunos años y dedicarse a la ganadería.

“Después de que lo mataron, dice mi abuelo (ya fallecido), la gente a las 5 de la tarde o hasta antes ya cerraba las puertas porque les daba temor que la historia se repitiera, a toda la gente del residencial le preguntaron si había visto algo o si sabía algo del crimen, hasta ofrecieron una recompensa”, dijo el comerciante.

Don Carlos asegura que la familia de Edward Jess se fue poco tiempo después de lo que pasó.

“Eso como que en aquellos tiempos impactó mucho a los vecinos, pero mucha gente de ese momento ya falleció, es mucha gente nueva la que vive ahora en las casas, claro es que han pasado 38 años, nunca supe exactamente en que casa vivían y la verdad me daba miedo saber porque yo era un chiquillo cuando abuelo me contó, y nunca nadie de las nuevas generaciones me ha comentado de ese caso”.

Silvia Coto

Silvia Coto

Periodista de sucesos y judiciales. Bachiller en Ciencias de la Comunicación Colectiva con énfasis en Periodismo. Labora en Grupo Nación desde el 2010.

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