“Vengo a cumplirle a papá. No le he fallado nunca. Ya son quince años de su muerte y pese a la pandemia y a las advertencias me vine porque estoy decidido a no dejarlo solito este día tan especial. Siempre le cumpliré, estoy seguro de que él me está esperando”.
Con una mezcla de dolor e incertidumbre encontramos a don Luis Paulino Barquero el 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos en el portón cerrado (por avenida 10) del Cementerio General de San José.
A pesar de que ya pasaron 15 años sigue manteniendo viva la memoria de su papá, don Antonio Blas Barquero Quesada, quien a los 90 años fue una de las 19 víctimas mortales de incendio en el ala norte del Hospital Calderón Guardia el 12 de julio del 2005.
Estaba en el quinto piso, en la cama 130, donde lo encontraron los bomberos tras apagar las llamas.
Luis Paulino llegó empujado por su corazón a pulsearla por entrar al cementerio josefino a pesar de que la municipalidad de San José advirtió que el 2 de noviembre los camposantos estarían cerrados debido al covid-19.
A los minutos de estar agarrado del portón cerrado del General llamó a uno de los vigilantes que estaba adentro y fue él quien le dio la buena noticia: "sí está abierto, pero debe entrar por el portón del otro lado (atrás de la clínica Moreno Cañas, en barrio Cuba).
Cargado de una gran emoción y recorriendo el camino que ya había hecho en catorce ocasiones anteriores, don Luis Paulino conversó con nosotros para contarnos cómo aquel 12 de julio su vida cambió para siempre con la muerte de su papá.
La mayor parte de su historia nos la contó frente a la tumba en la cual también descansan su mamá, una tía y una prima.
Madrugada mortal
"Hasta el once de julio todo estuvo bien con papá. Tenía varios días ya internado y lo trataban muy bien. Él ya estaba cansadito de estar internado, pero se aguantaba porque sabía que necesitaba la operación. Le iban a cortar un dedo del pie derecho, no había vuelta atrás, él lo sabía.
"De hecho, ese once de julio nos dijo que estaba demasiado contento porque le habían confirmado la operación para el otro día y el doctor le dijo que una vez operado no iba a pasar muchas horas y lo mandaba a la casa.
“Cuando le dijeron volver a la casa se emocionó todo y hasta comió más de la cuenta porque le dijeron que debía alimentarse bien si no le suspendían la operación, entonces arrasó con todo, comió maní y torta de huevo”, recordó don Luis.
Explica que él no pudo visitarlo aquel 11 de julio porque le dio gripe. Eso siempre le ha dolido.
La tarde del 11 de julio fue la última vez que la familia habló con don Antonio. Deseaban que llegara el 12 de julio para que lo operaran y tenerlo en la casa lo antes posible.
Pero entonces ocurrió la tragedia.
“Una sobrina me llamó en la madrugada (del 12) para decirme que el Calderón Guardia se estaba quemando. De inmediato puse las noticias y comencé a hacer llamadas. Fue así como me di cuenta de que el incendio era en el sector donde estaba papá. Una gran preocupación llegó a la familia, por eso, me alisté y me fui a las afueras del hospital para tener noticias inmediatas”.
Luis Paulino presentía lo peor.
“Algo en mi pecho me decía que algo fatal había sucedido, pero no quería creerle. Al llegar al hospital todo era caos, nadie sabía nada, me decían que lo habían llevado al Hospital San Juan de Dios, otras versiones me mandaron al Hospital México”, detalla.
Anduvo por todos lados, pero nada, nadie le daba razón de su papá, comenta este pensionado de 74 años y quien trabajó casi 40 en la Junta de Protección Social.
A eso de las 3 de la tarde un pariente confirmó en la morgue que ahí se encontraba el cuerpo de don Antonio y con gran pesar se lo comunicó al resto de la familia.
“Fue muy duro, demasiado duro. Mientras buscaba a papá por los hospitales tenía la esperanza de encontrarlo con vida. Había mucho dolor en el ambiente, pero no perdía la fe. No verlo en las primeras listas de fallecidos, porque las listas las pegaron afuera del Calderón Guardia, me hizo pensar que era posible que estuviese vivo, por eso el golpe me dolió tanto cuando ya me confirmaron la muerte”, comentó.
“El dolor no pasa. Van quince años y se siente igual. A uno lo que más le duele es que papá estaba bien, él fue para que le cortaran un dedito del pie y me lo devolvieron en un ataúd. Años después de un proceso largo algo de dinero nos dieron por la indemnización, pero no hay plata que pague un dolor tan grande”, concluyó.
¿Qué pasó?
A las 2:23 de la madrugada del 12 de julio del 2005, en la bodega de sueros del ala norte del tercer piso comenzó un fuego que se fue extendiendo rápidamente por el techo y las paredes de madera del Calderón Guardia.
Hubo 19 fallecidos, todos, a excepción de la enfermera Patricia Fallas, murieron por efecto del fuego y en sus propias camas.
La enfermera falleció asfixiada por el humo mientras dedicó todas sus fuerzas y vida para ayudarles a los enfermos a salvarse, de hecho, cuando encontraron su cuerpo todavía tenía un foquito en las manos: ella fue una heroína.
El ala norte del Calderón tenía 62 años de antigüedad (fue construida en 1943) y no tenía ningún tipo de preparación para responder de la forma adecuada a un incendio.
Los bomberos que atendieron el suceso se toparon con una sección sin luces ni escaleras de emergencias.
Nunca funcionó la alarma contra incendios ni las mangueras que tenía el edificio. Todo el sistema de bombeo de agua estaba funcionando bien al momento del fuego, pero el agua jamás logró llegar hasta el cuarto y quinto pisos.
¿Accidente?
No. Las primeras versiones, recién sucedió el incendio, hablaban de que posiblemente un cortocircuito causó el fuego, sin embargo, cuando ya Bomberos y las autoridades estudiaron a profundidad lo sucedido aseguraron, el 13 de julio del 2006, que el fuego fue provocado.
Ese mismo 13 de julio la Fiscalía de Delitos contra la Vida acusó a un falso enfermero, llamado Juan Carlos Ledezma, de haber iniciado el incendio.
Ledezma trabajaba como asistente de pacientes en el Calderón Guardia y había recibido un reconocimiento del hospital en el 2005 por haber ayudado a apagar un principio de incendio en la biblioteca del mismo centro médico.
Dos años después de aquel reconocimiento, en el 2007, el Tribunal de Justicia de San José lo encontró único culpable y le impuso una pena de 20 años de prisión.