Todos tenemos momentos en los que el enojo nos puede ganar la partida, por lo que a veces ante una determinada situación se nos hace difícil hablar con el tono correcto y usamos palabras salidas de contexto.
También somos capaces de reconocer cuando algo no está bien, cuando nuestras conductas solo crean complicaciones para asumir que podemos controlarlas, analizarlas y modificarlas. Es mentira que un ser humano no puede cambiar su conducta, sí es posible, solo se debe querer hacerlo, tomar la decisión y buscar ayuda, porque solos no lo lograremos.
Los enojos son normales, pero la malacrianza no. Si el enojo es una circunstancia ocasional, una vez que pasa nos abrimos a hacer un análisis de los hechos, para comprender qué pasó y ofrecer una disculpa.
No obstante, cuando una persona de forma frecuente:
– Tiene una expresión emocional hiriente, ¿por qué no administra su enojo?
Si esto es así, podríamos estar frente a una situación compleja, que cuestiona la viabilidad de dicha relación pues el enojo desproporcionado, se acerca a la agresión.
Ponga mucha atención a su forma de actuar si se enoja y determine si:
– No mide sus palabras.
– No hay reparo en decir lo que sea y como sea.
– No hay apertura para hacer un análisis sobre su conducta.
– No ofrece una disculpa.
– No hay un compromiso de cambio efectivo.
– No reconoce que tiene un problema y se centra en su punto de vista.
– Busca excusas para justificar su malacrianza.
– Evade que es una persona complicada y explosiva.
Si todo esto se da podría colocarse en medio de una relación de pronóstico muy reservado, que posiblemente tenga múltiples ciclos de tensión y posible agresión.
Estar con una persona que no es capaz de reconocer un problema, de cambiarlo y hacer de su vida algo mejor, no es una buena apuesta.
¿Vale la pena desgastarse por algo así? Yo diría que no, no hay motivación alguna que justifique el tener que aguantar a una persona cuyo enojo sea violento y descalificante.
Si usted se lo permite y considera que esto es poca cosa, tiene que buscar ayuda.