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Estas son las lecciones del terrible coronavirus

La crisis vino a decirnos algunas cosas que la orgullosa sociedad del siglo XXI no quiere escuchar

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En medio de la pandemia, son muchos los expertos que comenzaron a preguntarse sobre los cambios que vendrán cuando la pesadilla pase.

Está muy bien: lo malo sería que nada cambiara. Sin embargo, hay que detenerse primero en lo que la crisis revela sobre el presente.

Las muertes de los más viejos y débiles, los sistemas de salud colapsados, las economías paralizadas, la gente metida en sus casas, las fronteras cerradas y la incertidumbre que respiramos en estos días de cuarentena forzada hablan del mundo que hemos construido.

Lo que nos pasa no es un accidente fruto del azar o la mala suerte. Es una consecuencia del modo en que estamos viviendo.

Por mirar hacia adelante, olvidamos el origen. Y el origen de esta pandemia fue un lejano mercado en Wuhan, una ciudad de la región central de China.

El virus que hoy viaja a través del cuerpo de la gente pasó a la especie humana a causa del desprecio del hombre hacia la naturaleza.

En especial, hacia los animales. Quien lo dude puede ver las imágenes de ese mercado, donde se pone un animal vivo sobre la mesa y se lo troza a golpes de machete para que el cliente se lo lleve en su bolsa de compras.

En los pasillos ofrecen desde perros, puercoespines y serpientes hasta murciélagos y ratas atravesadas por un palo, exhibidas como si fueran manzanas acarameladas.

Me mandó el video el ecologista Luis Castelli, advirtiéndome que era muy fuerte. Cuando quise verlo de nuevo para escribir esto, apareció en la pantalla un fondo oscuro con la leyenda: “Este video se quitó debido a que viola los lineamientos de YouTube”.

Quien compró y acaso se comió en Wuhan el animal que portaba el virus simboliza una cadena de negaciones cuyo primer eslabón es la subordinación de la naturaleza y el medio ambiente a la economía.

China es una de las potencias de la economía global, aunque los países occidentales no saben lo que ocurre dentro de sus fronteras, y está gobernada por un partido único que ha dado suficientes muestras de no tener mucho respeto por los derechos humanos de sus habitantes.

Los tiempos en que Occidente defendía esos valores quedaron lejos. Hoy China ofrece un mercado inmenso y mano de obra barata. Lo demás, mejor pasarlo por alto.

Y así vamos, hasta que lo que no queremos ver se impone solo.

Por ejemplo, en la forma de un virus letal amenaza con derrumbar esa economía global que ha venido creciendo sin medir los costos, y no con el fin de acabar con el hambre en el mundo.

No es culpa de China ni de los chinos. Más bien, es responsabilidad de los líderes de Occidente, entre los que hoy abundan negadores populistas que solo piensan en los números, incapaces de ver más allá de su propia soberbia.

La crisis vino a decirnos algunas cosas que la orgullosa sociedad del siglo XXI no quiere escuchar.

El coronavirus llega cuando el uso adictivo de la tecnología impone una velocidad que anula la pausa y establece el reinado de la cantidad.

Pero tampoco podemos volver, cuando la pandemia pase, al mundo que teníamos antes de que llegara el virus.

Para abrir los ojos, para volver a nuestra conciencia individual y colectiva, la realidad nos tiene que doler.

Y eso es lo que está ocurriendo en todo el globo. Ni con un Mundial, ni con la llegada a la Luna, la humanidad vibró toda junta en un solo cuerpo.

Hay que combatir al coronavirus, pero al mismo tiempo deberíamos aprender de las lecciones que ofrece.

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