Volcanes a los que separan cientos de miles de kilómetros les dieron a los curiosos espectáculos fuera de serie y con una buena dosis de peligro que algunos pasaron por alto.

En Finlandia despertó el monte Fagradalsfjall, que llevaba 800 años dormido y en Kamchatka, en el extremo este de Rusia, entró en erupción el Kiluchevskoi, de 4.750 metros de altitud. En este último caso fue a finales de febrero y este lunes había bajado la intensidad, pero aún mostraba su enorme poder lanzando bombas volcánicas y lava.

La espectacular erupción hizo las delicias de los turistas en los dos sitios del planeta, en los que hubo gente dispuesta a arriesgar su vida tomándose selfis.

En Islandia, a pocos metros de la lava, miles de personas veían hipnotizadas la erupción y los más temerarios asaban salchichas para hacer perros calientes, algo que también se vio en Rusia.

“Es peligroso. Esos chicos son unos temerarios y simplemente han tenido suerte de que todo terminara bien”, consideró Olga Guirina, responsable equipo de respuesta a las erupciones volcánicas de Kamchatka (KVERT).

Fácil llegar

En Islandia se llega al lugar de la erupción después de hora y media a pie desde una carretera cercana.

La erupción, relativamente pequeña y calmada, comenzó el viernes por la noche a unos 40 km de Reikiavik, la capital del país. Es el fruto de la madre naturaleza, pero parece organizada por una oficina de turismo en busca de una nueva atracción.

“Es absolutamente espectacular”, dijo Úlvar Kári Jóhannsson, un ingeniero de 21 años que fue el domingo a la zona. “Huele bastante mal, pero lo que más me sorprendió fue el tono del color naranja: mucho más profundo de lo que te imaginas”, dijo.

La lava sale de una cúpula formando un pequeño valle y se acumula en la cuenca, transformándose poco a poco en negro a medida que se enfría.

“Lo que me llamó la atención sobre todo fue la temperatura: cuando nos acercamos a la lava que se derramaba sobre el suelo, subió 10-15 °C y teníamos la frente roja”, explica Émilie Saint-Mleux, una estudiante francesa que fue con unos amigos.

Cuando se produjo la erupción se prohibió el acceso, después se desaconsejó y desde el sábado por la tarde empezaron a aceptar visitas.

"Solo vigilamos que la gente no se acerque demasiado a la lava y si hace falta les pedimos que retrocedan, verificamos que todo esté bien", explica Atli Gunnarsson, un policía de 45 años, con casco amarillo y máscara de gas al alcance de la mano por si la necesita.

Pito avisa

Los socorristas están muy pendientes de un pequeño pitido incesante que proviene de los dispositivos que detectan la presencia de gas, principalmente el temido dióxido de azufre, pero el fuerte viento limita el riesgo.

Las erupciones en Islandia son frecuentes (una cada cinco años en promedio) pero suelen producirse lejos de las ciudades y en ocasiones en zonas muy inaccesibles. Y otras son demasiado peligrosas como para que se permita el acceso.

Esta vez se puede disfrutar del panorama después de una caminata de seis kilómetros desde una carretera aledaña al puerto pesquero de Grindavik, la localidad más próxima (3.500 habitantes), cerca de los famosos baños termales de la “Laguna Azul”.

El domingo, la avalancha de visitantes ya había despejado un camino a través del musgo volcánico hasta el valle de Geldingadalur.

Otros prefirieron pagar uno de los muchos vuelos en helicóptero que sobrevuelan la zona.

El turismo en Islandia se fue de pique por la pandemia de coronavirus, pero desde hace unos días las autoridades intentan promoverlo reabriendo el país a los visitantes que demuestren que se han vacunado o ya han tenido el covid.

Es poco probable que puedan disfrutar de este espectáculo por mucho tiempo. Según los vulcanólogos, la erupción se va a debilitar rápidamente en unos cuantos días y todo regresará a la normalidad. En Rusia ocurrirá lo mismo, pero en cualquier momento la madre naturaleza dará de nuevo otro de sus explosivos espectáculos.