Nacional

Swing criollo nació entre sangre, garrotazos y cárcel

Los que inventaron el ritmo en los años 60' fueron perseguidos por la Policía ya que los consideraban una chusma

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¿Quién no se ha echado una buena cumbia brincando al mejor estilo de nuestro swing criollo? Son muy pocos los que respondan que no, porque los ticos bailamos este ritmo de una forma única y especial que ya le da la vuelta al mundo y que, incluso, provocó que el Ministerio de Cultura declarara ese estilo como patrimonio cultural inmaterial de Costa Rica.

Pero, ¿sabía usted que ese swing criollo que tanto nos gusta fue algo que nuestra Policía persiguió desde que nació en 1960? ¿Tenía conocimiento de que los primeros bailadores de swing criollo fueron buscados como criminales, golpeados por la justicia y hasta encarcelados por cometer el “crimen” de bailar ese ritmo? ¿Le han contado que en los salones de baile de Tiquicia en los 60' tenían las fotos de los bailadores de swing criollo para impedirles la entrada?

Nuestro amado baile nació entre persecuciones policiales, detenciones ilegales y agresiones físicas, incluso entre rejas, porque los primeros bailadores fueron llevados en perreras y pasaron muchas noches en cárceles por ser una chusma que tenía que desaparecer completamente, según la poli.

La policía les aplicaba una normativa que ya no existe, la Ley de la Vagancia, eso les permitía cargarse a los bailarines y los pasaban como vagos sin oficio ni beneficio.

Doña Cecilia Venegas recuerda que ella supo lo que fue un golpe de un hombre cuando un policía le pegó para arrestarla por bailar.

En el caso de Edgar Miranda, en una ocasión le abrieron la frente de un garrotazo y la sangre le corrió por toda la cara, después lo dejaron guardado tres meses en La Peni (antigua Penitenciaria Central, edificio en el que hoy está el Museo de los Niños).

A don Jorge Miranda era el primero al que arrestaban porque sabían que él era el inventor de esa "pachucada", que en los 60' aún nadie conocía como swing criollo.

A pesar de todo esto, ellos jamás aflojaron, ni por las persecuciones, ni por el garrote policial que les recetaban, ni por la sangre que les sacaron, ni por enviarlos esposados a la Peni.

Más bien pasaba todo lo contrario, a penas los soltaban se iban directo a un salón de baile para seguir dándole a su invento, pero menos de 24 horas después volvían a estar detrás de las rejas. Claro a veces ni eso los detenía porque cuando los metían presos a todos juntos se ponían a bailar en la propia cárcel.

Gracias a don Eric Madrigal y su taller “Historias de vida de los bailarines de swing costarricense de 1965 a 1975: articulación de la memoria histórica”, logramos conversar con Jorge (Pelusa) Miranda, líder y creador de los primeros pasos de este ritmo; Edgar "Moraga" Miranda, Cecilia "La Banana" Venegas, Wálter "Norteado" Alvarado y Gilberth "La Vieja" Umaña

Ellos fueron los primeros que “le faltaron el respeto” al país bailando swing criollo, los primeros que “alteraron el orden” de los salones de baile con “pasos prohibidos”, “pasos chochinos y sexuales”, que provocaban que las personas se taparan los ojos para no ver esos “actos indecentes”, tal y como ellos nos cuentan.

“Nos fuimos a bailar al Paramount (sodita Chavarría) en Sagrada Familia (barrio del sur de San José). Allí la rocola estaba cargada de música de Glenn Miller y a la gente le gustaban bailar la música del swing americano. Cuando ponían cumbias de la Sonora Santanera todos bailábamos sueltos.

"En algún momento, sin pensarlo y sin planearlo, se me ocurrió darle la mano a una bailarina que estaba conmigo y la vara nos gustó. Por un tiempo seguimos combinando estilos, a veces la cumbia suelta, a veces dando la mano. Pero ya nos divertíamos más con lo segundo y el estilo se fue imponiendo en mi forma de bailar y la de mis amigos cercanos. Así nació el swing”, explicó Pelusa, quien es considerado por muchos como el verdadero inventor de nuestro swing criollo.

Los pioneros de ese baile eran una comunidad especial y entre ellos tenían algo que solo los que realmente pertenecían al grupo lograban dominar: para comunicarse hablaban al revés. Así, que para decir vamos a bailar, ellos decían “mosva a larbai”. Nadie les entendía y eso los hacía sentirse como una familia especial.

Entre ellos mismos se prestaban la ropa para no parecer una foto y porque tampoco tenían mucha harina para andar comprando. Cuando salían a bailar fuera de San José, ya entrados los 60' y siendo bien reconocidos por su forma de bailar, entre todos pagaban un cuarto para dormir apelotados, pero contentos, fuera en Limón, Puntarenas o Guanacaste. Incluso, cuando a alguno lo metían en la cárcel, entre todos hacían banca para juntar la platica que se necesitaba. Siempre se apadrinaron.

La juventud de esa comunidad se vivió entre salones de baile, ya ninguno de esos lugares existe, pero en esos años eran el pegue

Irse a bailar al Bambú, el Cañaveral, el Montecarlo, el Séptimo Cielo, Mi primer amor, Mi Oficina, la Galera, el Versalles, el Herediano, el Gran Parqueo, el Cruceiro, el Jorón, entre otros, era estar a la puritica moda de la canalla.

Esos salones de baile eran lugares de obreros, taxistas, peones, dependientes de tiendas, sirvientas, pachucos, oficinistas, secretarias, prostitutas. Ahí bailaban toda la noche y entre esa “chusma josefina” estaba la que la ley consideraba la peor: los bailadores de swing, de acuerdo a lo que explican las antropólogas sociales Claudia López y Paola Salazar en su libro “Brincos y vueltas a ritmo de swing”.

El tipo de movimientos y el que personas de todos los estratos sociales, incluso los más bajos, pudieran bailarlo, es lo que explica que fueran perseguidos en esos años.

“Es cierto que eramos la chusma josefina, no lo voy a negar, pero también es cierto que le poníamos buen sabor a los salones de baile. El asunto era extraño porque nos perseguía la ley, pero al pueblo le encantaba vernos bailar”, recordó Pelusa.

Eduardo Vega

Eduardo Vega

Periodista desde 1994. Bachiller en Análisis de Sistemas de la Universidad Federada y egresado del posgrado en Comunicación de la UCR. Periodista del Año de La Teja en el 2017. Cubrió la Copa del Mundo Sub-20 de la FIFA en el 2001 en Argentina; la Copa del Mundo Mayor de la FIFA del 2010 en Sudáfrica; Copa de Oro en el 2007.

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